23.3.25

XV

 Ha llegado a mis oídos que te da pereza hablar de mí. 

Al principio quise buscarle justificación: le duele, le duele hablar de algo de lo que se ha despedido tan repentinamente. 

Porque hace tan poco, pero tan poco... que yo lloraba sentada en un banco y tú limpiabas mis lágrimas, me besabas y me decías: yo te quiero a ti. Solo a ti. Te elijo a ti. Y de repente no. De repente ya no. 

Pero también comprendí, en un lapso muy pequeño de tiempo, que esa libertad que querías era poder encontrarte en otras bocas, en otros brazos, aunque mantengas la verdad absoluta de que nada es fácil porque me quieres. No me preocupa que dejes una pequeña huella en bocas o en cuerpos ajenos, tu libertad es tuya y solo tuya. Pero ojalá también pasaras por aquí.  

También llegó a mis oídos que no quieres perderme, pero esa verdad era más abstracta porque se basa en lo que cree que conocen de ti. Yo no lo sé, pero ya no me ilusiona nada, por lo que me da bastante igual. Confío en tus palabras sean cuchillos o pétalos de flor, por eso te creí cuando me mentiste y te sorprendió mi reacción, esa que grita que, digas lo que digas, mi confianza en ti es tal que puedes mentirme lo que quieras pero nunca conseguirás que te odie. 

Jamás me dio pereza hablar de ti, algo que ayer tomé como verdad absoluta porque la ingenuidad de creerte cuando dices lo que sientes se extiende, no solo a las cosas que me hacen bien, sino también a las que me destrozan. Le da pereza hablar de mí. De "eres tú", a "no eres nada". Y un suspiro de exasperación, porque qué pereza. 

Hubo un momento en el que temía hablar de ti con alguien más, no eras un secreto, pero sí algo por lo que parecía merecer algún castigo, fui valiente (por aquello de que siempre soy valiente y ojalá un día de descanso) y comencé a hablar de mi pasión. Como quien habla de su libro o película favoritos, pero con el corazón y el alma prendidos en fuego. Comencé a hablar de ti hasta que todos comprendieron que no podían pararme, que solo quedaba celebrar que tu nombre en mi boca significaba una sonrisa en mi cara y que, al final, eso era lo que importaba. 

Sigo hablando de ti porque sigo ardiendo por ti. Pero a ti, te da pereza. La verdad a la que me aferro puesto que tienes tanto miedo a. 

La verdad es que entiendo el miedo como lo que más ganas me da. No hablo de un miedo visceral como el de perder a un ser querido, sino el miedo a hacer las cosas por las que mi fuego sigue vivo. 

Nombraste los escombros de los que me encantaría que me hablases para poder idear la fórmula perfecta para retirarlos del camino, pero es un trabajo de cuatro brazos y dos latidos y aquí estoy solo yo. 

Ayer pedía que se encendiera una chispa, que explotase todo, que saliera todo de una vez. Qué esperar del fuego sino una combustión, qué decepción contemplar una llama solitaria, inamovible, que no se apaga pero tampoco crece, que no arrasa ni quema las malas hierbas para dejar espacio a que plantemos rosas. 

Mil razones para quererte que guardo bajo llave porque nadie me las podrá quitar, las ganas de besarte que guardé porque estaba trabajando para que tuvieras lo que merecías. Un día de abril en el que lloraré, la indiferencia que profesas.